Montse de la Flor Crespo

Me recuerdo desde muy pequeña jugando a ser médico. Finalmente, y cumpliendo mis sueños, me gradué en Medicina por la Universidad de Alcalá de Henares en 1996. Desde siempre tuve claro que mi gran vocación era y es la Pediatría, área en la que me formé en el Hospital La Paz, en Madrid.

Me subespecialicé en Cuidados Intensivos Pediátricos. Y aunque por un período de un año estuve trabajando en un centro de salud, siempre he ejercido mi labor en este ámbito. Desde hace ya 18 años trabajo en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos y Neonatales del Hospital La Moraleja, en Madrid.

De forma paralela a mi trayectoria profesional me inicié en lo que considero mi otra gran empresa en la vida y a la que he dedicado mucho tiempo también, mis hijos. Soy mamá de 4 hijos, 23, 19 y mellizas de 16 años y han sido y son ellos grandes maestros en mi vida.

Aunque siempre he tenido una gran sensibilidad, de algún modo por mi juventud y falta de experiencias de vida, en los inicios de mi profesión, y también de mi maternidad diría, mi visión de la medicina y en general de la propia vida era mucho más limitada, acotada a lo puramente físico, visible, demostrable. Cierto también que este es el enfoque que se nos presenta en la Universidad. Casi todo quedaba relegado al cuerpo, más aún siendo intensivista pediátrica, donde muchas veces el objetivo es “salvar la vida” (del cuerpo).

Es en estos dos ámbitos, el profesional y el personal, donde al ir “caminando” me he tenido que enfrentar a situaciones muy difíciles, y es en este momento que aparece en mi vida la terapia EMDR con la que inicié mi propio trabajo personal hace ya más de 10 años. Esto supuso un antes y un después porque transformó mi forma de “mirar”. Ahora podía ver más claro, más amplio, más profundo. Aparece con ello una genuina curiosidad por el ser humano y su comportamiento por lo que mi foco se amplía a estas áreas.

En los últimos años he recibido formación en apego, trauma y disociación, no solo a través de EMDR con excelentes maestros, entre ellos Cristina Cortés, sino también a través de otros enfoques como Somatic Experiencing, una terapia creada por Peter Levine y que trabaja desde el cuerpo (de abajo arriba) y que surge de forma paralela a los descubrimientos de Porges y su teoría polivagal, así como otras modelos clínicos como el que plantea Allan N. Shore sobre el desarrollo de la mente inconsciente o la teoría de la regulación del afecto de Daniel Hill en base al planteamiento de Schore entre otros autores. Todo ello amplian mi visión sobre la salud y la pérdida de la misma y me permiten acompañar en el proceso de comprender y reeditar la historia personal y los problemas de salud hacia una versión más amable para el niño y su entorno familiar y social.

Como no podía ser de otra manera, este aprendizaje tiene un impacto en todos los aspectos de mi vida.. Podía ver lo “oculto a simple vista” y entender mucho mejor la difícil danza que a veces ocurre en la interrelación humana.

Y también fui muy consciente del tremendo esfuerzo que hay que emplear en recuperar la salud mental cuando existe el desorden por diferentes circunstancias de la vida. Y de forma lógica y natural surge, como en medicina con otras patologías, el poner el foco en la prevención para la salud mental del niño, lo que implica también la salud psicofamiliar.

Mi última formación es como facilitadora del Círculo de Seguridad Parental una herramienta con un gran potencial transformador y preventivo que centra su mirada en la relación. Y es este proyecto en el que tengo enfocado parte de mi trabajo ahora.

Entiendo que la niñez es el período que vertebra nuestra vida y estoy absolutamente convencida de la necesidad de “enfocarnos” y cuidar esta etapa si queremos mejorar como humanidad. Creo firmemente en la educación desde la conciencia, como padres y sociedad, como pilar fundamental para acompañar a nuestros niños y adolescentes en la consecución, a través del vínculo seguro, de la salud personal y social que les permitirá gozar de una vida más plena.

Es en la infancia donde se fraguan nuestros “cimientos”, donde se establecen las bases de nuestras futuras relaciones interpersonales y de nuestra salud física y emocional. No es tan solo un periodo de tránsito hacia la adultez, es precisamente una etapa crucial en nuestra configuración como seres humanos.

Cuidando y acompañando a nuestros menores en su desarrollo, estamos facilitando adultos más felices y una sociedad más humana. Y esta es una tarea y responsabilidad de todos.

Montserrat de la Flor Crespo

Médico pediatra, especialidad en Cuidados Intensivos Pediátricos y Neonatales

Terapeuta EMDR, Somatic Experiencing

Facilitadora del Círculo de Seguridad Parental