Joaquín de Paúl Ochotorena

Por razones que nunca es fácil concretar, estudié y me licencié en Psicología en la Universidad Pontificia de Salamanca allá por los años setenta. Después de trabajar unos años en el ámbito educativo, pasé a trabajar en la Universidad del País Vasco donde me doctoré en el año 1986 con una tesis que se tituló “Estudio observacional de la interacción temprana madre-niño” con la siempre impagable ayuda de mi profesor y amigo Félix López Sánchez. Desde entonces he trabajado como profesor universitario en la Universidad del País Vasco y en la Universidad San Pablo CEU de Madrid hasta que hace ya unos años accedí a la fase de jubilación.

Desde el año 1986 he dedicado casi todo mi tiempo profesional (tantas veces confundido con el personal) al estudio y la investigación de muy diversos temas relacionados con el maltrato y la negligencia infantil y con la protección social de la infancia. Los primeros trabajos de mi equipo de investigación se centraron en la “identificación de los factores de riesgo para el maltrato infantil”. Creo que con esos primeros trabajos conseguimos modificar la percepción de las familias maltratantes pasando de ser sujetos “monstruosos” y punibles y a ser personas con graves dificultades familiares y personales que eran, por ello, fuente de sufrimiento en sus hijos e hijas.

Pero enseguida nos dimos cuenta de que era muy importante combinar la investigación rigurosa (imprescindible para acceder, aunque sea de lejos, a la verdad de los hechos) con los estudios más “aplicados” (los que ayudan a trabajar aplicando procedimientos técnicamente fiables, válidos y eficaces) y, en cierta manera, con la “militancia” en apoyo de la infancia que era víctima de situaciones gravemente adversas.

Una de las acciones de las que tengo mejor recuerdo se remonta a finales de los años ochenta cuando un grupo de profesionales (investigadores académicos y técnicos del sistema de protección infantil) creamos las primeras asociaciones relacionadas con la infancia maltratada (AVAIM en el País Vasco, ACIM en Cataluña, ADIMA en Andalucía fueron las tres primeras) que se vincularon en la denominada FAPMI. Estas asociaciones trataban de convertirse en las portavoces de aquellos niños y niñas víctimas de maltrato que, por supuesto, no tenían voz. En su nombre queríamos pedir y exigir que recibieran los recursos que se adecuaban más y mejor a sus necesidades. Varios Congresos y muchas acciones formativas que se desarrollaron durante aquellos años en España junto con la apertura de los profesionales a lo que se hacía en otras partes del mundo desarrollado, aportaron algo para mejorar la atención a la infancia maltratada.

Creo que varios de los libros que publicamos con mi equipo y con otros colegas han llegado a ser útiles para la formación de los profesionales de este ámbito de trabajo. Entre todos ellos, por la repercusión que tuvo, puede destacarse el Manual de Protección Infantil publicado por la Editorial Masson en su primera edición en el año 1995.

Una parte relevante de mis actuaciones profesionales las he llevado a cabo a través de Convenios y Contratos de Investigación con las diferentes Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos de toda España. En todos estos contratos o convenios tratamos de dar respuesta a las principales demandas de dichas entidades para disponer de instrumentos y protocolos de detección, valoración de situaciones de desprotección infantil, para evaluar los sistemas y procedimientos de los servicios de protección infantil y, sobre todo, para la elaboración de planes de mejora de los recursos y de los programas de intervención.

Quizá lo que recuerdo como más importante o, por lo menos, lo que me pareció en su momento más impactante fue la propuesta de implantar programas de intervención con las familias maltratantes en base a lo que llamábamos las “visitas domiciliaras”. Ahora parece algo normalizado e, incluso, hasta superado, pero en los primeros años noventa casi nadie era capaz de creer que ésa debía ser la primera alternativa a la separación de los niños y niñas de sus padres en centros de acogimiento residencial. Ya en aquellos años otros profesionales hicieron un maravilloso y eficaz trabajo en la promoción del imprescindible acogimiento familiar como alternativa al acogimiento residencial y otros profesionales hicieron un gran trabajo en mejorar las condiciones de los recursos del acogimiento residencial.

Posteriormente, dediqué casi el cien por cien de la actividad investigadora a dos temas distantes: (1) el estudio de la empatía en la explicación de las situaciones de maltrato físico y de la negligencia física y emocional y (2) la evaluación rigurosa y sistemática de todo tipo de intervenciones con familias maltratantes y negligentes y la evaluación del funcionamiento global del conjunto de los recursos de los sistemas de protección infantil.

Sin embargo, en los últimos años mi actividad profesional y mi centro de interés ha vuelto (qué cosas) al tema y al título de mi tesis doctoral. La constatación de (1) que ningún recurso (por bueno y costoso que sea) es capaz de reducir suficientemente el sufrimiento generado por haber sido víctima de maltrato y negligencia física o psicológica o de abuso sexual y (2) la acomodación de los sistemas de protección infantil españoles en unos recursos que, siendo muy costosos, responden de manera reactiva y muy tardía a las situaciones de desprotección infantil, me ha llegado a obsesionar hasta el punto de querer dedicar todo el esfuerzo disponible a la promoción de iniciativas que intenten (de manera rigurosa y eficaz) intervenir con evidente y real carácter preventivo. Intervenciones que puedan denominarse como “intervenciones tempranas”. Algunas cosas pequeñas hemos hecho y conseguido divulgar, pero eso está en el currículum académico oficial. Éste no lo es, como resulta obvio.

Y en eso estamos, en esta iniciativa que acabamos de promover y en la que escribo estas líneas.

Llegados a este punto, todo lo que he hecho en mi vida profesional y, quizá, personal se puede focalizar ahora en tres frases que trato de comunicar machaconamente con riesgo de repetirme como la persona mayor que ya soy: “desde el primer minuto”, “cuanto antes mejor”, “el tiempo corre en contra del niño”.